Todo lo que vino después, fuiste tú.
Tú, robando mis palabras,
deshaciendo mis textos.
Tú, olvidándote de todo
y acordándote de mí.
Fuiste tú, la que invitaste a
asomarnos al abismo.
Tú, la que apostaste todo a mi morado
sin saber qué pasaría con tu azul.
En una noche te hiciste conmigo,
en una única noche me sacaste de mí.
Y es que no puedo no pensar que tus
manos
no estén hechas de versos,
que hemos tardado tanto tiempo en
encontrarnos
que a veces me parece un suicidio.
Que has tardado veinte años en
felicitarme la vida
con un “felices tú”,
porque no estás feliz por la tardanza,
sino por habernos cruzado.
Felices nosotras, que aguantamos la
distancia
y soportamos los segundos sin vivirnos.
Felices tú y feliz vida te dieron.
Feliz vida déjame darte.
Felices y buenas noches me gritan tus
latidos.
Porque supe que subir al cielo
era escalar por tus caderas,
y entendí que todos los caminos
llevaban hasta a ti.
Me enseñaste que el atajo se escondía
en tu clavícula,
y me invitabas a tomarlo empezando
por tu espalda.
Me perdí por un tiempo en tus
costillas,
hasta que tu voz, en formato susurro,
me
indicaba el desvío.
Me choqué con tu cuello
y no supe
hacer otra cosa que remolonear en él,
pero tu boca ya
gritaba demasiado
y no podíamos hacer mucho ruido.
Así que fui,
llegué a tus colmillos
y mientras me suplicabas que parase,
acelerabas mis ganas de que durásemos
más.
Te dejé con la palabra en la boca y
unos cuantos quejidos,
yo tomé el rumbo que llevaba hasta tu
ombligo.
Te hicieron falta más de dos manos
para elevarme contigo,
y opté por buscar un nuevo significado
del amor.
Entonces me hiciste entender
que el amor era perderse contigo,
que el amor era algo así como llover.
Mis hombros no dejaban de tiritar
cuando me fui,
y era porque me escapé tan lejos
que
parecía haberme ido de mí.
Y te fuiste conmigo
y nos fuimos de aquí,
de donde viven los humanos,
de donde me pediste huir.
Y vi que el séptimo cielo estaba en
mis manos,
y vi que el sexto sentido era
acariciarte el alma con mis yemas.
Y bajamos
y en la noche,
volvimos a subir.
Después de perder la cuenta de mis
pulsaciones,
asigné a mi diccionario
que el amor
era la noche antes del domingo
donde me prestabas escaleras para subir
hasta tu piel.
El amor era escaparse contigo
y
abandonar el mundo por tu última costilla,
donde me
pedías por favor, que lo hiciera otra vez.
El amor era la mañana de despedida en
la que sabía
que ya
no te volvería a ver.
El amor parece que anda de puntillas,
cuando se trata de comenzar otra vez.
El amor eres tú volviendo cada mañana
a la vida,
despertando con tu risa cada parte de
mi ser.
El amor es encontrarte en los libros
que guardan
las mil formas de volver a empezar,
a querer.
a querer.
hay quienes no podemos hablar con tanta prosa
ResponderEliminarconozco historias que tenian algo similar y la seguridad se fue disolviendo con un agua transparente
la realidad me ha mostrado que tal seguridad en abrazar el aire es la misma que respirar siempre por la bocaa llega un momento en que te sientes sin aire
se hecha de menos las historias que parecen reales el aire es una sustancia tan compartida que rrealmente cada quien la interpreta
y si a eso que le llamas amor sea un confluir de caminos... caminos que se tropiezan por mismo andar .... pues el diario vivir es el que encanta en algo mas que un andar