No es una frase cualquiera. No es un
detalle cualquiera. No es un libro cualquiera, ni tampoco es una
historia cualquiera. No fue cualquier día a cualquier hora. No
fuiste ni eres una casualidad cualquiera. Eres lo más parecido a la
palabra intensidad que he conocido hasta ahora. Eres lo que más se
asemeja a mi sitio de pensar y a mi sitio de gritar.
Yo, que nunca creí que volvería a
sentir de esta manera tan inescrutable. Yo, que juré no dejarme
llevar por el miedo a perderme otra vez. Yo, que me costaba entender
la diferencia entre mostrar y demostrar.
Y yo ahora. Ahora creando
urbanizaciones en tu espalda, llenando tus extremidades de vegetación
y fauna, dejando que formen nidos en ti, que hibernen en tu cuello.
Ahora yo, alquilando cotos privado de (casi) caza con el fin de
aniquilar las malas hierbas de tus bosques a base de disparos al aire. Ahora yo, sin
armas ni metales, sin más que mis manos cargadas de palabras
propulsadas hacia tu clavícula. El día que me muerdas las ataraxias
habrás puesto tu bandera de pijama sobre mi manta.
Mi equilibro se tambalea cuando oye
hablar de ti. Mis ojos cambian sus paisajes por tus laterales, por
los rasgos de tus camisetas, por los arañazos de tu interior, por
las mañanas de ausencia.
Mis oídos cambian los susurros que
tienen coleccionados por tardes de invierno a tu lado.
Mi piel cambia las caricias que tiene
tatuadas con alfiler por todas tus manías.
Cambio París por cualquier rincón
contigo.
Llegados a este punto en el que soy
capaz de vender mi realidad y mis inquietudes por una inspiración de
tus pulmones, cabe entender que casi no estaría dispuesta a seguirte
sin dirección alguna.
Déjame decirte que las mejores flechas
las guardan tus pies cuando se enfrentan con los míos antes de darme
un beso.
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